lunes, 30 de diciembre de 2024 06:12 www.gentedigital.es
Gente blogs

Gente Blogs

Blog de Javier Memba

El insolidario

El redescubrimiento de Pierre Étaix

Archivado en: Inéditos cine, Pierre Étaix

imagen

Un plano de "El gran amor".

            Voy al cine en pos de una quimera: satisfacer una necesidad imperante, un apetito que de hecho es insaciable. Pero incluso cuando iba al cine como el común de los espectadores: a ver sencillamente una película, en busca de esa diversión de la que nos habla Alberto Moravia en mi amado y odiado En el cine -mucho mas estimado que El conformista y el resto de las novelas del romano cuya lectura me ha sido dada- había cintas que visionaba veinticinco o treinta veces.

            De entre estas últimas quiero recordar Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Tenía trece años cuando la vi por primera vez y concebía la pantalla -como el resto del mundo- de forma más simplista. Así que la famosa secuencia de la bicicleta con Etta (Katherine Ross) sobre el manillar y el famoso Raidrops Keep Fallin' on My Head del gran Burt Bacharach y Hal David en la voz de B.J. Thomas, me dejó obnubilado. Aquello fue en 1973, hasta 1984, que las atesoré en video, di cuenta de las aventuras de Butch Cassidy (Paul Newman) y Sundance Kid (Robert Redford) dos o tres veces por año. Ya cinéfilo, ya esclavo de esa necesidad imperante de películas, la famosa secuencia de la bicicleta empezó a parecerme como un anuncio de champú, que encima detiene la narración. La cinta está bien, sí. Pero es todo lo básica que ha menester para ser popular. Es algo así como el Hotel California (1976) de The Eagles al rock, que también está bien, sí... Pero frente al Horses (1975), que unos meses antes había lanzado Patti Smith, ¿dónde se queda?

            Podría citar quince o veinte westerns de un valor infinitamente superior a Dos hombres y un destino. Pero en honor a ese visionado monomaniático, que aprendí con este filme, y a la belleza de Katherine Ross, que tan poderosamente me cautivó en la adolescencia, alabaré la gran virtud de la cinta de Hill. Ésta consiste en ser una de las primeras aventuras cínicas -aquellas en que los villanos tradicionales son presentados como buenos-, aunque la primera de todas ellas -Bonnie & Clyde (Arthur Penn, 1967)- es bastante mejor.

            Hubo una película en mi infancia -y vamos ya con el asunto que me interesa hoy-, de visión única hasta que el mes pasado tuve oportunidad de volver a dar cuenta de ella en la bienamada Filmoteca -alabado sea por siempre su nombre-, que me estigmatizó de forma indeleble. Mientras haya salud (1966) es su título y el francés Pierre Étaix, su realizador. La descubrí en 1967, en una sala cuyo nombre no recuerdo de los aledaños del Paseo de la Virgen del Puerto. Fue en una de aquellas tardes de sábado que se nos iban a mi madre y a mí en aquellos queridísimos programas dobles, sesión continua desde las cuatro. Con Étaix se me dio un cine extraño, máxime para aquel niño obsesionado con las películas de vaqueros que era entonces. Dividida en varios fragmentos, de Mientras haya salud me magnetizó especialmente el alusivo a la publicidad y demás problemas del mundo moderno.

            Me recuerdo algunos días después, ya metido en la semana, dándoles vueltas complacido a las imágenes del sábado de Étaix. Parecían permanecer en mi retina como uno de esos fogonazos que nos siguen deslumbrando al bajar los párpados. Todo me fue tan grato que hasta le cogí apego a esos aledaños del Paseo de la Virgen del Puerto. Sin embargo, no tuve oportunidad de volver a ver nada de Étaix hasta el mes pasado. Mitifiqué Mientras haya salud merced a un programa de mano que me regalaron en el almacén de una distribuidora ya olvidada -CB Films- que había en los locales exteriores del mercado de Los Mostenses. Por este mismo procedimiento elevé a los altares de mi culto Muchas cuerdas para un violín (Pietro Germi, 1967) y Un tigre en la red (Dino Risi, 1967).

            Ya cinéfilo, ya presa del apetito insaciable, me preguntaba extrañado sobre la falta de referencias de Étaix. A excepción de una pequeña entrada en el Diccionario del cine de Georges Sadoul y otra no mucho más larga en la Enciclopedia ilustrada del cine de Editorial Labor -dos de los textos a los que siempre acabo por volver- no había nada.

            Parece ser que tras el estreno de Pays de cocagne (1971), un demoledor documental sobre una colonia de vacaciones, Étaix cayó en desgracia. La maldición fue a coincidir con un problema sobre los derechos de distribución que impedía la exhibición de sus películas y el ostracismo se cernió sobre aquel realizador, que tanto deleite me procuró en mi infancia, con el amparo de la ley. Puede que todo fuera una maniobra orquestada para acabar con quien pintó a la gente sencilla, al pueblo llano, ese dogma de fe, como auténticos animales en Pays de cocagne. En cualquier caso, no fue hasta el año pasado cuando este interesante cineasta se pudo volver a hacer con los derechos de sus películas. Y la bienamada Filmoteca -alabado sea por siempre su nombre- programó el debido ciclo hace algunas semanas. Lo esperé con avidez durante cuatro largas décadas y vengo a dar cuenta en estas notas de él.

           

          Si hay algo tan gratuito como adscribir a Louis Malle a la nouvelle vague, eso es ver en Pierre Étaix a un heredero de Buster Keaton, como se acostumbra a hacer desde una perspectiva simplista. Bien es verdad que el francés no habla -hasta que empieza a hacerlo en El gran amor (1969)- , pero su humor no es en modo alguno físico como el del estadounidense, uno de los grandes del slapstick. El humor de Étaix es intelectual. Alude a una de las grandes preocupaciones del debate de los años 60: el agobio frente a la sociedad moderna del individuo. Es tan intelectual que su guionista habitual es Jean-Claude Carrière, el escritor francés de Buñuel, quien, ese mismo año 69 que escribe El gran amor para el francés, redacta para el español el libreto de La vía láctea.

            Así como me pareció de una lógica aplastante que el Étaix actor -un mimo que no hablaba- colaborara con Robert Bresson -el cineasta para quien los intérpretes eran poco más que muñecos- en Pickpocket (1959), esa simbiosis entre el Étaix realizador y Carrière, en principio tan distantes uno de otro pero prolongada precisamente hasta El gran amor, fue la primera cuestión del autor de Mientras haya salud que me llamó la atención cuando finalmente tuve acceso a su filmografía.

            Independientemente de esa tradición circense a la que pertenece, a mi juicio, los orígenes del Étaix cinematográfico hay que buscarlos en un corto del gran René Clément, Soigne ton gauche (1936). Jacques Tati, su protagonista, incorporaba en sus planos a un boxeador, un peso mosca flexible y evasivo enfrentado a un pesado. Esto da pie a toda la serie de gracias imaginable. A mi entender, es entonces cuando esa mímica a la que tanto Tati como Étaix pertenecen irrumpe en la pantalla gala.

            Ahora bien, no porque Étaix accediera al cine a la sombra de Tati -dibujó la más célebre caricatura del grand Jacques y escribió algunos gags de Mi tío (1956), la obra maestra de Tati en la que Étaix hizo su debut como actor- hay que considerarles tan semejantes como puede parecer en una primera apreciación.

            La filmografía de Tati forma un bloque homogéneo desde L' École des facteurs (1947) -donde ya presenta con nitidez al cartero de Día de fiesta (1949), que a su vez es todo un precedente del monsieur Hulot que protagonizará el resto de su obra- hasta Tráfico (1970). Zafarrancho en el circo (1974) es un apéndice menor filmado para la televisión y Forza Bastia 78 ou L'ile en fête (1978-2002), un documental sobre la afición del Bastia, un equipo de fútbol de Córcega, una rareza que dejó inacaba a su muerte en 1982 y montó su hija Sophie.

            Por su parte, la filmografía de Étaix comienza a ser errática en Yoyo (1964), su segundo largometraje. Y no lo es sólo porque se pierda en pacifismos que no vienen al caso y diatribas contra la televisión en aras de la pureza del circo. Sino también porque le falta brío, contundencia a su puesta en escena. Recuerdo que en la nota de Étaix incluida en la Enciclopedia ilustrada del cine se hablaba de su "brillante pero limitada inspiración". Nada más cierto. Cuando Étaix se atiene a la mímica, a la pincelada, a la estampa, por momentos alcanza la genialidad. Verbigracia, los dos primeros cortometrajes -Rupture y Heureux anniversaire (ambos del 61)- y su primer largo -El pretendiente- del mismo año. En mi opinión, esta última es la obra maestra de un autor que alcanza su mayor registro cuando parodia las relaciones galantes. Pero en Yoyo, que el amor sólo es un apunte del principio, porque se trata en realidad de una biopic del protagonista -el Yoyo en cuestión, interpretado por Étaix- hay algo que no va. La mímica no es el procedimiento más adecuado para contar una historia de semejantes características y se acaba por notar.

            Tengo la sensación de que ese viraje al sepia que presenta la copia de Mientras haya salud incluida en el ciclo -restaurada como el resto de las recuperaciones por las fundaciones Groupama Gan y Technicolor- no estaba en aquella copia a cuya proyección asistí, con tanto placer, en aquel cine olvidado en 1967. Y la tengo porque fue con el visionado de esta película, que desee repetir durante cuarenta y cuatro años, con el que descubrí el poderoso magnetismo de las imágenes en blanco y negro. Pero esto es algo que he comprendido ahora, al volver sobre mi primer encuentro con el cine de Étaix. "Es curioso como los colores del mundo real sólo parecen verdaderos cuando los videamos en una pantalla", observa Alex (Malcolm McDowell) en su voz en off de La naranja mecánica (Stanley Kubrick, 1971). Y es curioso cómo el blanco y negro da una nueva dimensión a lo que retrata.

            Dicen que la imaginación tiene ese cromatismo. Ni lo afirmo ni lo niego. No alcanzó a distinguir la tonalidad de las cosas que imagino. Lo que sí sostengo es que la realidad, reproducida brutalmente a través de esa gama de grises que nos lleva del blanco al negro, adquiere la tonalidad del mito. No hará falta que recuerde que las fotografías y las filmaciones en blanco y negro tienen un carácter documental, testimonial, mucho mayor que en color. Todavía es ahora, casi ciento ochenta años después de los primeros daguerrotipos, cuando las modernas cámaras digitales tienen un procedimiento para las instantáneas en blanco y negro.

            Pues bien, ese tinte sublime de las imágenes, fue el que me descubrieron Pierre Étaix y Jean Bofetty, su director de fotografía en Mientras haya salud. Tamaña gracia está por encima de cualquier otra consideración. Así que paso por alto la manida crítica a las prisas y los agobios de los nuevos tiempos -tan del debate de los años 60, insisto- que entraña tan querida cinta. Divida en esos cuatro fragmentos aludidos, precisamente es el titulado Mientras haya salud el que encierra esa sátira de la modernidad del año 66. No formularé la pregunta que tengo en mente -¿Puede haber algo más reaccionario que alzarse contra la modernidad?-, la pasaré por alto como olvido el rencor que podría guardar hacia algunos de mis mayores porque fue mucho más lo que me dio que lo que me quitó en mi niñez.

            Si Buster Keaton se hubiera reído -lo hizo sólo una vez en un corto perdido- habría dejado de ser el Gran Cara de Palo. Si Jacques Tati hubiese hablado, monsieur Hulot habría perdido su indolencia. Cuando Pierre Étaix recurrió al color y a la palabra con largueza -diálogos y voz en off- en El gran amor puso fin a ese personaje con el que había conseguido convertirse en uno de los grandes mimos de la pantalla francesa, un genuino heredero de Max Linder, su verdadero origen silente. La cinta, sí, está bien. Pero ¿Dónde queda comparada con El pretendiente? Pierre Étaix se antoja en ella como un precedente de Pierre Richard, que tanto nos haría reír en el 72 con El gran rubio con un zapato negro, de Yves Robert, y alguna que otra cinta de los años 70, antes de que, a este lado de los Pirineos el olvido cayera sobre él.

            Después de Pays de cocagne y el fin de la colaboración con Carrière llegó la interdicción, digámoslo a la francesa. Ya maldito, su actividad detrás de la cámara se vio interrumpida hasta que volvió a emplazar su tomavistas en 1987 para el rodaje L' âge de monsieur est avancé, una comedia escrita por él para la escena en cuya adaptación cinematográfica volvió a contar con Nicole Calfan, la Agnés de El gran amor, la dulce tentación.

            En todos esos años que estuvo alejado de la realización, el Étaix actor lo fue, entre otros grandes realizadores, de Fellini en Los payasos (1971), de Jerry Lewis en El día que el payaso lloró (1972) y de Nagisa Oshima en Max mon amour (1985). Definido por Jerry Lewis como un genio, yo estimo su cine por su placidez y porque me descubrió el magnetismo de las imágenes en blanco y negro, que, dicen, son los colores de la imaginación.

Publicado el 21 de abril de 2011 a las 21:30.

añadir a meneame  añadir a freski  añadir a delicious  añadir a digg  añadir a technorati  añadir a yahoo  compartir en facebook  twittear  votar

Comentarios - 0

No hay comentarios



Tu comentario

NORMAS

  • - Nos reservamos el derecho a eliminar los comentarios que consideremos fuera de tema.
  • - Toda alusión personal injuriosa será automáticamente borrada.
  • - No está permitido hacer comentarios contrarios a las leyes españolas o injuriantes.
  • - Gente Digital no se hace responsable de las opiniones publicadas.
  • - No está permito incluir código HTML.

* Campos obligatorios

Javier Memba

Javier Memba

            Periodista con más de cuarenta años de experiencia –su primer texto apareció en la revista Ozono en 1978-, Javier Memba (Madrid, 1959) fue colaborador habitual del diario EL MUNDO entre junio de 1990 y febrero de 2020. Actualmente lo es en Zenda Libros. Estudioso del cine antiguo, en todos los medios donde ha publicado sus cientos de piezas ha demostrado un decidido interés por cuanto concierne a la gran pantalla. Puede y debe decirse que el setenta por ciento de su actividad literaria viene a dar cuenta de su actividad cinéfila. Ha dado a la estampa La nouvelle vague (2003 y 2009), El cine de terror de la Universal (2004 y 2006), La década de oro de la ciencia-ficción (2005) –edición corregida y aumentada tres años después en La edad de oro de la ciencia ficción-, La serie B (2006), La Hammer (2007) e Historia del cine universal (2008).

 

            Asimismo ha sido guionista de cine, radio y televisión. Como novelista se dio a conocer en títulos como Homenaje a Kid Valencia (1989), Disciplina (1991) o Good-bye, señorita Julia (1993) y ha reunido algunos de sus artículos en Mi adorada Nicole y otras perversiones (2007). Vinilos rock español (2009) fue una evocación nostálgica del rock y de quienes le amaron en España mientras éste se grabó en vinilo. Cuanto sabemos de Bosco Rincón (2010) supuso su regreso a la narrativa tras quince años de ausencia. La nueva era del cine de ciencia-ficción (2011), junto a La edad de oro de la ciencia-ficción, constituye una historia completa del género, aunque ambos textos son de lectura independiente. No halagaron opiniones (2014) fue un recorrido por la literatura maldita, heterodoxa y alucinada. Por su parte, David Lynch, el onirismo de la modernidad (2017), fue un estudio de la filmografía de este cineasta. El cine negro español (2020) es su última publicación hasta la fecha.  

 


 

          

 

Miniatura no disponible

 

Javier Memba en 2009

 

Javier Memba en 1988

 

Javier Memba en 1987

 

1996

 

 

Javier Memba en la librería Shakespeare & Co. de París

 

 

 

 

Imagen

 

 

COMPRAR EN KINDLE:

 

 

 

contador de visitas en mi web



 

 

Enlaces

-La linterna mágica

-Unas palabras sobre Vida en sombras

-Unas palabras sobre La torre de los siete jorobados

-50 años de la Nouvelle Vague en Días de cine

-David Lynch, el onirismo de la modernidad en Radio 3

-Unas palabras sobre Casablanca en Telemadrid

-Unas palabras sobre Tintín en Cuatro TV

 

 

ALGUNOS ARTÍCULOS:

Malditos, heterodoxos y alucinados de la gran pantalla

Nuevos momentos estelares de la humanidad

Chicas yeyés

Chicas de ayer

Prólogo al nº 4 de la revista "Flamme" de la Universidad de Limoges

Destinos literarios

Sobre La naranja mecánica

Mi tributo al gran Chris Marker

El otro Borau

Bohemia del 89

Unos apuntes sobre las distopías

Elogio de Richard Matheson

En memoria de Bernadette Lafont

Homenaje al gran Jean-Pierre Melville

Los amores de Édith

Unos apuntes sobre La reina Margot

Tributo a Yasujiro Ozu con motivo del 50 aniversario de su fallecimiento

Muere Henry Miller

Unos apuntes sobre dos cintas actuales

Las legendarias chicas de los Stones

Unos apuntes sobre el "peplum"

El cine soviético del deshielo

El operador que nos devolvió el blanco y negro

Más real que Homeland

El cine de la Gran Guerra

Del porno a la pantalla comercial

Formentera cinema

Edward Hopper en estado puro

El cine de terror de los años 70

Mi tributo a Lauren Bacall

Mi tributo a Jean Renoir

Una entrevista a Lee Child

Una entrevista a William McLivanney 

Novelistas japonesas

Treinta años de Malevaje

Las grandes rediciones del cómic franco-belga

El estigma de La campana del infierno

Una reedición de Dalton Trumbo

75 años de un canto a la esperanza

Un siglo de El nacimiento de una nación

60 años de Semilla de maldad

Sobre las adaptaciones de Vicente Aranda

Regreso al futuro, treinta años después 

La otra cabeza de Murnau

Un tributo a las actrices de mi adolescencia

Cineastas españoles en Francia

El primer surrealista

La traba como materia literaria

La ilustración infantil de los años 70

Una exposición sobre la UFA

La musa de John Ford

Los icebergs de Jorge Fin

Un recorrido por los cineastas/novelistas -y viceversa-

Ettore Scola

Mi tributo a Jacques Rivette

Una película a la altura de la novela en que se basa

Mi tributo a James Cagney en el trigésimo aniversario de su fallecimiento

Recordando a Audrey Hepburn

El rey de los mamporros

Una guía clásica de la ciencia ficción

Musas de grandes canciones

Memorias de la España del tebeo

70 años de la revista Tintín

Ediciones JC regresa a sus orígenes

Seis claves para entender a Hergé

La chica del "Drácula" español

La primera princesa de la lejana galaxia

El primer Tintín coloreado

Paloma Chamorro: el fin de "La edad de oro"

Una entrevista a la fotógrafa Vanessa Winship

Una recuperación del Instituto Murnau

Heroínas de la revolución sexual

Muere George A. Romero

Un mito del cine francés

Semblanza de Basilio Martín Patino

Malevaje en la Gran Vía

Entrevista a Benjamin Black

Un circunloquio sobre la provocación

Una nueva aventura de Yeruldelgger

Una dama del crimen se despide

Recordando a Peggy Cummins

Un tributo a las yeyés francesas

La última reina del Technicolor

Recordando a John Gavin

Las referencias de La forma del agua

El Madrid de 1988

La nueva ola checa

Un apunte sobre Nelson Pereira dos Santos

Una simbiosis perfecta

Un maestro del neorrealismo tardío

El inovidable Yellowstone Kelly

Que Dios bendiga a John Ford

Muere Darío Villalba

Los recuerdos sentimentales de Enrique Herreros

Mi tributo a Harlan Ellison

La inglesa que presidió el cine español

La última rubia de Hitchcock

Unos apuntes sobre Neil Simon

Recordando Musicolandia

Una novelista italiana

Recordando a Scott Wilson

Cämilla Lackberg inaugura Getafe Negro

Una conversación entre Läckberg y Silva

El guionista de Dos hombres y un destino

Noir español y hermoso

Noir italiano

Mi tributo al gran Nicholas Roeg

De la Escuela de Barcelona al fantaterror patrio

Recordando a Rosenda Monteros

Unas palabras sobre Andrés Sorel

Farewell to Julia Adams

Corto Maltés vuelve a los quioscos

Un editor veterano

Una entrevista a Wendy Guerra

Continúa el misterio de Leonardo

Los cantos de Maldoror

Un encuentro con Clara Sánchez

Recuerdos de la Feria del Libro

Viajes a la Luna en la ficción

Los pecados de Los cinco

La última copa de Jack Kerouac

Astérix cumple 60 años

Getafe Negro 2019

Un actriz entrañable

Ochenta años de "El sueño eterno"

Sam Spade cumple 90 años

Un western en la España vaciada

Romy Schneider: el triste destino de Sissi

La nínfula maldita

Jean Vigo: el Rimbaud del cine francés

El último vuelo de Lois Lane

Claudio Guerin Hill

Dennis Hopper: El alucinado del Hollywood finisecular

Jean Seberg: la difamada por el FBI

Wener Herzog y la cólera de Dios

Gordad, el gran maese de la heterodoxia cinematográfica

Frances Farmer, la esquizofrénica que halló un inquietante sosiego

El hombre al que gustaba odiar

El gran amor de John Wayne

Iván Zulueta, arrebatado por una imagen efímera

Agnès Varda, entre el feminismo y la memoria

La reina olvidada del noir de los 40

Judy Garland al final del camino de adoquines amarillos

Jonas Mekas, el catalizador del cine independiente estadounidense

El gran Edgar G. Ulmer

La última flapper; la primera it girl

El estigmatizado por Stalin

La controvertida Egeria del Führer

El gran Tod Browning

Una chica de ayer

El niño que perdió su tren eléctrico

La primera chica de Éric Rohmer

El último cadáver bonito

La exnovia de James Dean que no quiso cumplir 40 años

Don Luis Buñuel, "ateo gracias a Dios"

La estrella cuyo fulgor se extinguió en sus depresiones

El gran cara de palo

Sylvia Kristel más allá de Emmanuelle

Roscoe Arbuckle, cuando se acabaron las risas

Laura Antonelli, la reina del softcore que perdió la razón

Nicholas Ray, que nunca volvió a casa

El vuelo más bajo de la princesa Leia Organa

Eloy de la Iglesia y el cine quinqui

Entiérralo con sus botas, su cartuchera y su revólver

La chica sin suerte

Bela Lugosi y la sombría majestuosidad de Drácula

La estrella de triste suerte

La desmesura de Jacques Rivette

Françoise Dorléac

Klaus el loco

Una hippie de los 70

Jean Esustache, entre la Nouvelle Vague y el ascetismo

Nadiuska, un juguete roto

Thea von Harbou

Jesús Franco

David Cronenberg

Sharon Tate, como en un cuento de Sheridan Le Fanu

Un guionista sediento

La reina del fantaterror patrio

Dalton Trumbo y los diez de Hollywood

La primera chica que arrojó una tarta 

El desdichado Hércules contemporáneo

En la tradición familiar

El músico del realismo poético

Otro tributo a la gran Patty Shepard

Elmer Modlin y su extraña familia

Las coproducciones internacionales rodadas en España

Marilyn Monrore y su desesperado último gesto

Un amor más poderosos que la vida

El actor atrapado en sus personajes

Entre el fantasma de su madre y el final del musical

Barbet Schroeder

Amparo Muñoz

Samuel Bronston más alla de Las Rozas

Chantal Akerman

Françoise Hardy 

Un antiguo dogmático

Jane Birkin

Anna Karina, su turbulento amor y el Madison

Sandie Shaw, ya con calzado

El gran Serge Gainsbourg

Entre la niña prodigio y la mujer concienciada

La intérprete de Shakespeare que inspiró a The Rolling Stones

La maleta del capitán Wajda

Val Lewton y su dramatización de la psicología del miedo

La alimaña de Whitechapel

Cristina Galbó

La caravana Donner

Eddie Constantine

Un nuevo curso del tiempo

Rosenda Monteros

Una criatura de la noche

Una carta a Nicolás I

Edison y el 35 mm

Barbara Steele

El felón Esquieu de Floyran acaba con los templarios

Entre Lovecraft y Hitchcock

Tchang Tchong Yen recuerda a Hergé

La musa del ciberpunk

Néstor Majnó

Una leyenda del Madrid finisecular

El rey de la serie B

La primera cosmonauta soviética

Cuando la injuria sucede a la fatalidad

Bajo Ulloa y sus cuentos crueles

La cicerone de los Stones en el infierno 

Nace Toulouse-Lautrec

El París del Charlestón se rinde a Josephine Baker

Nastassja Kinski, la dulce hija del ogro

Un tributo a Sam Peckinpah

La leyenda del London Calling

Fiódor Dostoievski frente al pelotón de fusilamiento

Mi alucinada favorita

El hombre de las mil caras

El 7º de Caballería pierde la gloria

Un recuerdo de Silke

El genocidio camboyano

Peter Bogdanovich

Guy Debord y la sociedad del espectáculo

Un héroe de Iwo Jima 

Lupe Vélez tras el último tequila sunrise

El general Lee

Roman Polanski

Un hampón italoamericano

Jane Fonda en su juventud

Kraken en la Cuesta de Moyano

Josef von Sternberg

The Beatles en The Carvern y en el show de Ed Sullivan

Que la tierra le sea leve a Douglas Trumbull

El último superviviente del hampa de Chicago

Inma de Santis

El Álamo

Una musa insumisa

El malvado Zaroff y un elogio a las revistas pulp

Miles Davis

Un polaco y el amour fou

La Legión extranjera como género literario

Conchita Montenegro

Peter Lorre y su cara de villano

El juez de la horca

Syd Barrett

Kathleen Turner

Una caricatura de la hombría

Eric Clapton

Helga Liné

Butch Cassidy

Carlos Arévalo, un cineasta español

Nace el último bohemio

Pascual García Arano

María Perschy

El Combray de Ingmar Bergman

Carlos Castaneda

Una canción de Neil Young

Un suicida dandi

Hedy Lamarr

Philip K. Dick y sus realidades bastardas

La última mujer fatal

Andréi Tarkovski, otro maldito por la censura soviética

Nace la música de la New Age

"Wie einst" Lili Marleen

Una lectura de Byron en Villa Diodati

Un apostol de la sedición juvenil

Ava en mi ciudad

Rider Haggard

Una entrada para la "Historia universal de la infamia"

La Marguerite Duras cineasta

Gallardo y calavera

El hombre que vendió su alma a Elizabeth Taylor

El crímen de Charlotte Corday

Un elogio entusiasta de la urbe

Un ángel caído

Mary Bradbury teme por su vida

Pierre Étaix y su triste gracia

El mejor verano de los Rolling

María Rosa Salgado y su conmovedora discrección

La valentía de Ramón Acín

Sylvie Vartan

La cruz de Malta de Wim Wenders

La epifanía de Louis Daguerre

Carroll Baker

Marie Laforêt y mi amigo Eloy

Eliseo Reclus atisba su quimera

Patty Pravo

Richard Pryor contra sí mismo

Miroslava, una actriz marcada por la fatalidad

France Gall y el doble sentido

Robert Bresson y el cine puro

La gesta de Alekséi Stajánov

Nace el Rimbaud del Rock & Roll seminal

Dominique Dunne, una filmografía que se quedó en el aire

Un actor vampirizado por un personaje

Tolkien publica El Hobbit

La segunda musa de Godard

John Dos Passos entra en la eternidad

Alain Resnais, el cine de la memoria

Una musa del filme noir

El cadáver de Nancy Spungen en el Chelsea Hotel

La historia de Bobby Driscoll

Un icono del feminismo

Recordando a Tina Aumont

Colgaron a Gilles de Rais

Dario Argento

Nico en el cine

Dylan Thomas en su último trance

Brigitte Helm

Un punkie en la Disney 

Nace Billy el Niño

The Wall

Tennessee Williams

Vivien Leigh

Kazuo Sakamaki salva la vida en Pearl Harbor

El proscrito de la Escuela de Barcelona 

47 hombres de honor

Charlotte Rampling

La incomunicabilità del gran MIchelangelo Antonioni

F. Scott Fitzgerald

Un pilar del cómic estadounidense

Juliet Berto

Erik, el fantasma de la Ópera

Una comedia francesa

Un pesimista alegre

Una mirada indolente a la derrota 

Sender en Casas Viejas

Kipling en su último momento

Los hermanos Marx

Puente sobre aguas turbulentas

Anouk Aimée

Mary Shelley

Quentin Tarantino

Neal Cassady 

Natalie Wood

La heterodoxia de Ermanno Olmi

Fu-Manchú

Stefan Zweig pone fin a sus días

 

 

 

 

 

 

EN TU MAIL

Recibe los blogs de Gente en tu email

Introduce tu correo electrónico:

FeedBurner

Archivo

Grupo de información GENTE · el líder nacional en prensa semanal gratuita según PGD-OJD